sábado, 24 de noviembre de 2035

     Oda a la Cigarra. Anacreonte

Resultado de imagen de anacreonteAnacreonte  fue un poeta griego nacido en la ciudad jónica de Teos, situada en la costa de Asia Menor (actualmente Siğacik, en Turquía), más o menos en la época de la muerte de Safo de Lesbos.
Se supone que su vida discurrió entre los años 572 y 485 a. C. Escapando de la amenaza persa, los habitantes de la Jonia emigraron a Tracia, donde fundaron Abdera. Junto a ellos llega el joven poeta y se piensa que en esa ciudad escribe sus primeros versos. De Abdera pasó a Samos, a la corte del tirano Polícrates, quien lo llama para que sea maestro de su hijo homónimo. Tras el asesinato de Polícrates (522 a. C.), Anacreonte se traslada a Atenas, a la corte de los Pisistrátidas, gobernada por Hipias. Hipias mandó un barco especial para trasladarlo, según cuentan Heródoto y el pseudo-Aristóteles. Después de esto, se pierde su rastro, pero es de suponerse que murió en Atenas, en donde han sido encontradas estatuas suyas y otras con dísticos de su autoría.
Su lírica, de tono hedonista, refinado e irónico, como se puede ver en los últimos comentarios hallados en los Papiros de Oxirrinco, canta los placeres del amor (tanto de hombres como de mujeres) y el vino, y rechaza la guerra y el tormento de la vejez, así como el culto a Dioniso, apenas en expansión en su época. Junto con Safo y Alceo forma el grupo de los poetas griegos más íntimos que cantaron acompañados por la lira.
 
Os voy a dejar ahora el poema de la ODA A LA CIGARRA escrito por Anacreonte.     
 
¡Cuán feliz eres, cigarra,
cuando en la cima de los árboles,
ahíta después de beber una gota de rocío, te
duermes como una reina!
Cuanto te rodea es tuyo,
y cuanto ves en la llanura
y cuanto produce el bosque. Eres                                                           
Resultado de imagen de cigarra de anacreonteamada de los campesinos,
pues no causas perjuicio en sus campos;
los mortales te honran,
saludando en ti a la amable mensajera del verano.
Las musas te aman, y también
el propio Apolo, que te dio una voz armoniosa.
La vejez no puede alcanzarte, hábil hija dela tierra, tú
que sólo amas el canto,
tú que no conoces el sufrimiento,
tú que no tienes ni sangre ni carne y que casi te
pareces a los dioses.
 
La cigarra y la hormiga. Esopo
 
Resultado de imagen de esopo  Esopo fue un fabulista de la Antigua Grecia.
En la época clásica su figura gozaba de gran popularidad, pero se vio rodeada de elementos legendarios que hacen difícil establecer de manera precisa cualquier dato seguro sobre su biografía.
La primera referencia que se conoce sobre Esopo es un kílix de figuras rojas fechado en torno al año 470 a. C. donde aparece representado hablando con una zorra. En fuentes literarias de la Grecia clásica aparece citado por Heródoto, Aristófanes, Aristóteles, y Platón. Este último dice que Sócrates se sabía de memoria y versificaba los apólogos de Esopo. Hacia el siglo I se estima que surgió una biografía novelada de autor anónimo titulada Vida de Esopo, y mucho más tarde, en época medieval, Máximo Planudes elaboró otra Vida de Esopo, repleta de elementos folclóricos y legendarios.

Ahora toca dejaros el poema de LA CIGARRA Y LA HORMIGA que hemos dado en clase, en este caso escrito por Esopo.      

El sol del verano ardía sobre el campo. La cigarra cantaba a toda su voz en las largas horas de la siesta, tranquilamente sentada en una rama.
  Comía cuando se le antojaba y no tenía preocupaciones.
Entretanto, allá abajo, las hormigas trabajaban llevando la carga de alimentos al hormiguero.
  Terminó el verano, quedaron desnudos los árboles y el viento comenzó a soplar con fuerza. La
cigarra sintió frío y hambre. No tenía nada para comer y se helaba. Entonces fue a pedir auxilio a sus vecinas, las hormigas. Llamó a la puerta del abrigado hormiguero y una hormiga acudió. La cigarra le pidió comida.
Dichas estas palabras, estrechó la diestra del anciano para que no abrigara en su alma temor alguno.
El heraldo y Príamo, prudentes ambos, se acostaron en el vestíbulo. Aquileo durmió en el interior de la tienda sólidamente construida, y a su lado descansó Briseida, la de hermosas mejillas.
Las demás deidades y los hombres que combaten en carros durmieron toda la noche, vencidos del sueño; pero éste no se apoderó del benéfico Hermes, que meditaba cómo sacaría del recinto de las naves a Príamo sin que lo advirtiesen los sangrados guardianes de las puertas.

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